lunes, 21 de marzo de 2011

Dejarse ir

Hoy vuelvo a escribir después de mucho tiempo aunque no se muy bien el tema. Pero bueno, el proceso de escritura tiene esa magia, que es el ir donde las letras nos lleven. Sería algo asi como el hombre solitario que a la vera del río toma su canoa, se introduce en ella y se echa a andar, sin prisa y con la eternidad por delante. Despacio y con la única compañía de la naturaleza, sin pensar en ningún tipo de civilización. Andar. Es de tarde y el sol cálido lo alumbra. En el medio del río nadie sabe que existe y a él no le interesa que alguien se interese en su existencia. No tiene documentos, domicilio, CUIL, tarjetas de débito, crédito, ni celular, sólo tiene su humanidad y un pantalón miles de veces lavado y vuelto a poner. Ni siquiera él sabe por qué los tiene, porque nunca ha visto a ningún par suyo y por ende no tiene lenguaje, no usa el habla y cualquier desprevenido lo juzgaría por sordo, sin embargo ve y oye todo a la completa perfección a tal punto que es capaz de distinguir el canto de todos los pájaros.
La naturaleza y él pasan las horas en soledad y ahora están solos, él con su canoa y ella como una madre, siempre protegiéndolo. El sol, cálido y en el horizonte es el único testigo de su vida; el hermitaño lo contempla y deja de remar aunque no había sido mucho el esfuerzo hecho hasta ahora. Ya con los remos en la canoa, se recuesta y la deja ir por el río como su pasarela, los tupidos árboles a sus lados y el sol de frente que pasa a ser su único interés y su destino.