lunes, 20 de octubre de 2014

Felicidad

Escribo ahora lo que mi memoria me permita decir porque mañana no sé si volveré a ver el amanecer. Físicamente estoy viejo y cansado, aunque en mi espíritu todavía haya un niño juguetón, que quiere llenarse de barro y que vive de sueños. Los años han pasado sin detenerse, y aunque yo no quiera, mi cuerpo me puso limitaciones, hasta el punto de que ya no puedo dar mis largas caminatas alrededor del río, ni andar a caballo con la virilidad de un muchacho.
Me casé, tuve hijos y hasta pasé tarde enteras plantando árboles y cuidándolos como si fueran hijos. Pero hoy la sombra se hace larga y tiene la oscuridad de la noche. Un ruiseñor en su canto me preguntó si fui feliz, y no supe qué contestarle porque no supe establecer si la felicidad tiene parámetros especiales para todos los humanos, o si algunos eran felices con algo que otros se acongojaban.
Ahora, sentado al lado del brasero comprendo que aquello que me hizo mal me dejó aprender de él. Nada de lo que pasó en mi vida se fue como llegó. Tengo un recuerdo de cada cosa, porque les agarré lo mejor que tenían, o sólo un pedazo de ellas. Y entiendo que cada una de esas cosas que agarré, las usé en mi provecho y pude ser feliz.
Porque cada vez que tropecé, me sirvió para aprender dónde estaba el pozo o el desnivel del suelo. Cuando algo me hizo llorar, logró que me levantara más fuerte para enfrentarlo. Cuando me pegaron, me quedó la marca; y cuando me sonrieron, abracé. Lo hice con la vida y con la memoria porque fue eso que me ayudó a sobrevivir cada momento: una sonrisa.
¡Pucha! Sin saberlo, todos aquellos que dejaron de sonreír y de abrazar, se fueron. Ahora los extraño. Mucho. Y me arrepiento en nombre de ellos por haber endurecido las comisuras de los labios, y por haber pegado los brazos al resto del cuerpo.
No quiero que me pase lo mismo y tampoco quiero que ustedes tampoco. Porque a pesar de mis limitaciones, y de que dentro de poco el Tata me llama para abrazarlo, yo quiero que uds. se quieran y se demuestren todo ese cariño enorme que tienen adentro y que dejan pudrir como el rico que compra grandes porciones de comida y luego las tira porque están viejas y vencidas.
Así que, Ruiseñor, fui feliz y lo sigo siendo porque estoy vivo. Deme un abrazo.

jueves, 2 de octubre de 2014

El mensajero

Ya era de noche, y los rayos de luna entraban por la ventana iluminando mi habitación. Aprovechaba esa luz para leer mientras lo esperaba, hasta que se apareció en la oscuridad; allí donde el halo de luz no alcanzaba.
Nos saludamos con una mirada y una sonrisa. Me vestí y nos fuimos a caminar. Nuestras charlas solían ser lo suficientemente larga como para que pudiéramos hablar de todos los temas que nos afectaban.
Esa noche me confesó que iba a ser la última vez que nos íbamos a ver. Ninguno de los dos teníamos la voluntad de hacerlo, pero él tenía obligaciones mucho más fuertes y yo no podía detenerlo.
Realmente, fue la más triste de las caminatas. Sentía que una etapa de mi vida se cerraba, y que la iba a extrañar toda mi vida.
Como podía observar mi corazón, se dio cuenta de la tristeza que estaba sintiendo. Entonces, de su bolsillo sacó una luz, la puso sobre mi cabeza y me hizo jurar que la iba a cuidar por siempre. Como yo no sabía cómo hacerlo, me dijo que apartara de mi la tristeza y los malos pensamientos; que no tuviera rencor ni odio, porque eso la apagaría, si lograba conservarla prendida me iba a guiar en los momentos más difíciles.
Un gran sentimiento de alegría me invadió, y cuando abrí los ojos ya no estaba. Sólo pude ver en la luna la alegría de iluminar en la oscuridad; en las flores, el trabajo orgulloso y fundamental de alegrar los campos y la vida; y en el cielo, el rincón más maravilloso de todos donde se guardan todas esas cosas que apreciamos y amamos con el alma.
Esa noche volví a mi cama sabiendo que iba a tener que continuar el camino del mensajero. Poner luz en las mentes más apagadas.